Estoy leyendo Poesía Medieval Española en un librillo que
parece misal, con esas hojas infinitesimalmente delgadas, de la editorial
Planeta y editado por Manuel Alvar. Se lo compré a un amigo —judío marxista,
según él— cuyo nombre olvidé, como olvidé mis años de "parásito
fiscal", en una oficina del SERVIU de los 80'. Una vez al mes me visitaba
este amigo cargado de libros con mil y tantas páginas de papel bíblico.
Abro Poesía Medieval Española en cualquier parte, que siempre será novedad, en
el capítulo "Cancionero Tradicional". Leo:
CABO
Rabia terrible me aquexa,
rabia mortal me destruye,
rabia que jamás me dexa,
rabia que nunca concluye;
remedio siempre me huye,
reparo se me desvía,
revuelve por otra vía
revuelta y siempre rehúye.
Repeticiones hipnóticas para amplificar el dolor, como en "Qué pena siente
el alma". Oye, pero esto suena a Violeta Parra. ¿Por qué?
Hay nexos sutiles en Violeta, desde un seudónimo de homenaje hasta adaptaciones
que "folklorizan" su poesía burlesca, pasando por ecos temáticos en
la crítica social y la vanidad de la vida, como lo hacía el inmenso Quevedo.
En 1951, Violeta Parra publicó su libro de poemas Antenas del Destino, bajo el
seudónimo "Violeta Quevedo". No era casual: era un guiño explícito al
maestro español, reconociendo su influencia en su estilo conciso y satírico.
Veamos un ejemplo:
-FRANCISCO DE QUEVEDO: Boda de negros (1627, extracto)
Vi, debe haber tres días,
en las gradas de San Pedro,
una tenebrosa boda,
porque era toda de negros.
Parecía matrimonio
concertado en el infierno:
[...]
El novio era un carbón vivo,
la novia un betún de azabache;
los padrinos, dos cernadas
de la hez de la bodega.
VIOLETA PARRA: Casamiento de Negros
Se ha formado un casamiento
todo cubierto de negro,
negros novios y padrinos,
negros cuña'os y suegros,
y el cura que los casó
era de los mismos negros.
[...]
El vestido de la novia
era negro como la pez,
y el del novio era de charol,
negro como carbón de leña.
Violeta Parra lo folklorizó, lo mestizó y lo hizo suyo, convirtiendo la sátira
cortesana en un canto popular que duele y hace reír.
En el vasto tapiz de la cultura chilena, Violeta Parra emerge como una peregrina
del alma popular que se adentró en los rincones más remotos del campo chileno
para rescatar tesoros orales que, de no ser por ella, habríanse disipado para
siempre. Porque has de saber que en la memoria rural de Chile laten ecos
medievales. Esos giros idiomáticos que nos sonaban añejos y huastecos eran, en
realidad, ecos vivos del medievo español. Al menos en los campos que recorrió
Violeta en los cincuenta.
EL CANCIONERO TRADICIONAL de Alvar destaca por su poesía cantada: estrofas
octosílabas con rima asonante o consonante, narrativas en cadena y un tono
impersonal que evoca lo colectivo. Violeta Parra hereda esto directamente en
sus canciones, usando formas renacentistas-medievales mestizadas. Es increíble.
Desenterró más de 3.000 canciones, décimas y relatos que tejían el mestizaje
vivo del campo chileno, ese vasto erial de olvidos y resistencias que se
convirtió en el santuario inadvertido de la tradición oral medieval española.
Traídas por los conquistadores en el siglo XVI, las coplas y romances no se
petrificaron en códices reales, sino que se adaptaron, mestizándose con ritmos
indígenas y criollos.
En los fundos aislados del centro-sur, donde el tiempo fluye en ciclos de
siembra y cosecha, estas formas medievales sobrevivieron intactas en la boca de
los payadores: la décima, invento renacentista con venas medievales, se
convirtió en duelo verbal bajo los parrones.
Violeta lo vio claro: en el rural chileno, la herencia hispana no era reliquia,
sino pulso vivo. Sus recopilaciones son puentes que llevan el susurro medieval
de los campos a las peñas urbanas.
Sus expediciones no solo salvaron un patrimonio al borde del olvido, sino que
probaron que en el rural - ese Chile profundo de surcos y fogones - late el
corazón de España medieval, adaptado y renacido en un nuevo mundo.
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Imagen de Violeta Parra copiando un dictado y tomada en 1957 por el fotógrafo
Sergio Larraín.
Invitado por Violeta Parra para recorrer el campo de la zona central
recopilando canciones, Larraín la retrata escribiendo al dictado de los viejos
cantores. Sólo un par de imágenes se publican en Cantos Folklóricos Chilenos
(1959). El libro es el único registro de su trabajo juntos

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