Hoy es viernes. Está nublado y tibio. Paso por viejos edificios de ladrillos. Y por una extraña condición mágica de la neblina, el aire cargado de smog del centro de Santiago pareciera también cargado de fantasmas.
Miro alrededor para descubrir qué queda de aquella vieja vida de Santiago, de esa impronta de caserío de viviendas de baja altura, de calzadas hechas para vehículos a tracción de sangre, de tiendas de botones de bakelita y hueso, y de cintas, de libros quemados por el sol en vitrinas donde dormita un gato gordo, de máquinas de coser, de cursos de crochet y piano, de ollas de aluminio colgando en los dinteles de las tiendas y avisos en pizarra escritos con tiza, de diminutas puertas dobles y tablereadas con su mano de bronce y su ranura bronceada para que el cartero introduzca esa carta timbrada por Correos de Chile, de mamparas donde se entra a desniveladas escaleras que van a un segundo piso arrendado por un grupo de estudiantes universitarios que demuelen sus paredes de adobillo para ampliar sus piezas, porque serán talleres de arquitectura y de puertas, que de par en par abiertas, expulsan a una muchacha recién salida de la ducha, sonriente y feliz, pero que permite adivinar su vida al filo de lo fortuito, de bares con pisos de madera, de toples y tintolio.
Regreso para no perderme del grupo al que obligo a vagar y me detengo frente a esa tienda que entre otras cosas vende libros con aires de mausoleo. En ella puedo oír la voz de una sombra que recita de memoria un poema con un sonsonete conocido. Es un trío de ancianos que toman té. Uno de ellos recita. Es el POEMA 21. Y un recuerdo se me viene. Debo haber tenido 16 o 17 años y me produjo tal impacto cuando lo leí, que me embarqué en proceso de exterminio en mi memoria de lo que había leído hasta entonces. ¡Podía hacer cualquier experimento lingüístico y saltarme con urgencia todo el largo proceso de aprendizaje para leer poesía! Lo leí antes que al Neruda de Residencia en la Tierra, antes que al Parra de Obra Gruesa, antes que a Huidobro de Altazor y antes que a Pablo de Rokha de Comida y Bebidas de Chile, poetas, todos provincianos que trajeron su lenguaje de chilenidad rural para culturizarlo en la capital del Reyno y hacerlo universal para llegar a ese cielo que los eruditos con los ojos en blanco llaman; “el gran poema de chile” Y este poema de un desconocido rompía la pedantería poética de mis entendidos y mis sentidos.
Regreso para no perderme del grupo al que obligo a vagar y me detengo frente a esa tienda que entre otras cosas vende libros con aires de mausoleo. En ella puedo oír la voz de una sombra que recita de memoria un poema con un sonsonete conocido. Es un trío de ancianos que toman té. Uno de ellos recita. Es el POEMA 21. Y un recuerdo se me viene. Debo haber tenido 16 o 17 años y me produjo tal impacto cuando lo leí, que me embarqué en proceso de exterminio en mi memoria de lo que había leído hasta entonces. ¡Podía hacer cualquier experimento lingüístico y saltarme con urgencia todo el largo proceso de aprendizaje para leer poesía! Lo leí antes que al Neruda de Residencia en la Tierra, antes que al Parra de Obra Gruesa, antes que a Huidobro de Altazor y antes que a Pablo de Rokha de Comida y Bebidas de Chile, poetas, todos provincianos que trajeron su lenguaje de chilenidad rural para culturizarlo en la capital del Reyno y hacerlo universal para llegar a ese cielo que los eruditos con los ojos en blanco llaman; “el gran poema de chile” Y este poema de un desconocido rompía la pedantería poética de mis entendidos y mis sentidos.
El autor se llama OSNOFLA, seudónimo de un gran caricaturista de viejas revistas como Zig-Zag o Topaze: Luis Enrique Alfonso Mery.
En esta pieza maravillosa de pura música, el poeta esdrujulizó las palabras, cambiando los tildes de lugar. Y está tan bien logrado, que Hernán Díaz Arrienta, el crítico Alone, lo incluyó en mi viejo libro de adolescencia; Antología de los 100 mejores Poemas de Chile. Y parece que él lo apodó "Poema 21", aludiendo a los "20 Poemas de Amor" de Neruda. Dice así:
Fue una tarde triste y pálida
de su trabajo a la sálida
pues esa mujer neorótica
trabajaba en una bótica.
Cuando la vi por vez primera
una pasión efimera
me dejó alelado, estúpido
con sus flechas el Dios Cúpido
que con su puntería sabia
mi corazón herido habia.
Me acerqué y le dije histérico:
- Señorita, soy Fedérico.
¿Y usted? Respondió la chica:
-Yo me llamo Veronica.
Y en el parque a oscura y solos
nos quisimos cual tortolos.
Pasó veloz el tiempo árido
y a los meses el márido
era yo, de aquella a quien
creía pura y virgén.
Llevaba un mes de casado
lo recuerdo fue un sabado.
La pillé besando a un chico
feo, flaco y raquitico.
De un combo la maté casi
Y a ella, entonces, le hablé asi:
“¡Yo que te creía buena y cándida
y has resultado una bándida!
Y el honor solo me indica,
mujer perjura y cinica,
después de tu devaneo,
que te perfore el craneo”.
¡Y maté a aquella mujer
de un tiro de revolver!
He encontrado tantas frases atribuidas a Albert Einstein que ya parece filósofo o gurú para almas perdidas, más que científico. También he leído poemas atribuidos a Neruda y que no son tales. La última gracia del mayor distribuidor de errores monumentales o internet, es atribuir el POEMA 21 a Nicanor Parra.
Escribo esto para que se haga justica a OSNOFLA seudónimo del poeta patrio don Luis Enrique Alfonso Mery.
Oye este se parece mucho a un articulo de la nacion sobre el personaje; igual pero perfeccionado jajaja. Esta re bueno. Osnofla fue un tipo muy especial, fanatico del galgódrmo y amigo de todos los dueños de teatro en el centro de santiago. Yo conservo muchas revistas suyas y su solicitud al circulo de periodistas del año 46. Desgraciadamente poco se ha hablado de su vida. Me parece un silencio que debe terminar en algun momento. Gracias por acordarte de mi querido tio. Un abrazo. chebartolo@gmail.com
ResponderEliminarchebartolo@gmail.com, todo bien. De verdad es un poema que me fascinó desde pequeño. Me costó encontrar datos. Pareciera que en Chile solo hablaron los cinco grandes...
EliminarEl poema lo leí en mi época escolar.... en aquellos años los poetas eran realmente ingeniosos e inteligentes. Hoy ya no quedan más de ellos.
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