“Cuántas cosas y cuántos caen continuamente en el olvido al extinguirse una vida. Cómo el mundo, por decirlo así, se vacía a sí mismo porque las historias unidas a innumerables lugares y objetos que no tienen capacidad para recordar, no son oídas, descritas ni transmitidas por nadie”.(Winfried Georg Sebald)
La carta del Cucho se ha unido a innumerables domingos tempranos que concluyeron en un gran almuerzo familiar como lo fueron los de mi infancia y como lo serán los de cada uno de estos comensales a quienes obligaré a escuchar nuestra historia descrita, transmitida...
- Rubén: Te estás quedando dormido. Qué van a pensar estos jóvenes.
- Lo que pasa es que al papá lo marea el guizqui.
- No hija. No me marea el guizqui. Me marea la carta del Cucho. Porque ya tomó vida propia en cada uno de ustedes y se interpreta según las operaciones que ustedes le quieran aplicar. Esa carta está pasando a ser parte de sus almas.
Me miran perplejos, turbados, confusos, Debo virar el texto. Hacerlo dialogante. Y agrego:
- Aunque ustedes no saben que el Cucho dice que se enamoró una vez más por lo cual, la carta tiene matices que sólo yo conozco y a los cuales ustedes no pueden ni asomarse.
- Rubén no seas infidente. Me dice Sonia.
Nótese que ya no me dice Monín, por lo cual advierto la imprudencia de mi comentario o la facilidad con que me puede destinar un aplastante despiche de diatribas por mala conducta. Creo que le temo. El texto toma nuevos contextos.
- Don Rubén, ¿quién es el Cucho?
El Cucho es: el Lolo Vásquez, es Agustín, es José Agustín Vásquez Márquez, el Aéreo Solitario, es Vitucho, es Juan Luis Moraga, Jorge Abarca. Eitel Thieleman, José Soto Pacheco, Plinio Correa, Erna Graindorje, Fernando Albert, Pájaro Montiglia, Hugo Muñoz y tantos otros como yo mismo, como esa carta que tanto inquieta a J.K. J.K. es también el Cucho y el curso en blanco y negro está completo con chaquetones marineros, pelo largo, protestas, marchas, gritos, chancho chino, tinta, papel diamante, ebriedad, perplejidad primera, hermandad, sobrevivencia, y zapatillas con sus marcas.
- Es un compañero de curso, Jose.
La carta del Cucho se ha unido a innumerables domingos tempranos que concluyeron en un gran almuerzo familiar como lo fueron los de mi infancia y como lo serán los de cada uno de estos comensales a quienes obligaré a escuchar nuestra historia descrita, transmitida...
- Rubén: Te estás quedando dormido. Qué van a pensar estos jóvenes.
- Lo que pasa es que al papá lo marea el guizqui.
- No hija. No me marea el guizqui. Me marea la carta del Cucho. Porque ya tomó vida propia en cada uno de ustedes y se interpreta según las operaciones que ustedes le quieran aplicar. Esa carta está pasando a ser parte de sus almas.
Me miran perplejos, turbados, confusos, Debo virar el texto. Hacerlo dialogante. Y agrego:
- Aunque ustedes no saben que el Cucho dice que se enamoró una vez más por lo cual, la carta tiene matices que sólo yo conozco y a los cuales ustedes no pueden ni asomarse.
- Rubén no seas infidente. Me dice Sonia.
Nótese que ya no me dice Monín, por lo cual advierto la imprudencia de mi comentario o la facilidad con que me puede destinar un aplastante despiche de diatribas por mala conducta. Creo que le temo. El texto toma nuevos contextos.
- Don Rubén, ¿quién es el Cucho?
El Cucho es: el Lolo Vásquez, es Agustín, es José Agustín Vásquez Márquez, el Aéreo Solitario, es Vitucho, es Juan Luis Moraga, Jorge Abarca. Eitel Thieleman, José Soto Pacheco, Plinio Correa, Erna Graindorje, Fernando Albert, Pájaro Montiglia, Hugo Muñoz y tantos otros como yo mismo, como esa carta que tanto inquieta a J.K. J.K. es también el Cucho y el curso en blanco y negro está completo con chaquetones marineros, pelo largo, protestas, marchas, gritos, chancho chino, tinta, papel diamante, ebriedad, perplejidad primera, hermandad, sobrevivencia, y zapatillas con sus marcas.
- Es un compañero de curso, Jose.
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