Como dice Ernest Gombrich: "Toda generación se rebela de algún modo contra las convenciones de sus padres; toda obra de arte expresa su mensaje a sus contemporáneos no sólo por lo que contiene, sino por lo que deja de contener."
Yo no soy el padre de Jóse aunque sí, en un sentido figurado. ¿Qué sospecha el Jóse de lo que contiene la carta? ¿Fantasmas?
J.K cree que tal vez eran disculpas. Reclamos. Reproches. ¿De quién? ¿Contra quién?
J.K. es de mi tiempo. Al igual que yo. Con todas sus disculpas garrafales de gramófonos, errores a vinilo y desengaños en revoluciones de 33 1/3. Es del Noiffer.
Pero el Jóse es nuevo. Practica el Tai – Chi, la emoción Nº 8, el Feng Shui. Será uno más de aquellos que retrasará su marcador de la adultez ¿Por qué ambos se inquietan por lo que dice la carta del Cucho? Ambos tienen dos sospechas distintas. Lo que comienza a definir la carta como ambigua. Y sugerente vida propia.
¿Y si les dijera que la carta nada contiene? Que solo fue un pre - texto casi inexistente para desarrollar ideas dispersas y ligarlas en torno a un pretexto. Intentarán creerlo porque soy el autor.
¿Y si la carta en verdad contiene varios textos y espacios posibles dependiendo de quien lee?
¿Qué nunca he sido el autor de nada?
Todo ello está en los bordes absolutamente inseguros de un texto.
El texto tiene propia identidad y al igual que cada uno de nosotros es un personaje cuyo faz es distinta para cada quien ya que las percepciones son distintas en cada sujeto, como afirma Tim Burton.
Lo único que permanece inalterable es la interrogación, el pensamiento audaz que no se amedrenta por la compleja posibilidad de no entender nada siendo que se está explicando todo, una vez que la interrogante permanece. Esto es paradójico para quienes logran ver la perspicacia de esta idea.
La palabra interpretada es la verdad.
Lo textual deja de ser inmanente del primer sujeto del mensaje.
El texto está siempre fuera de quien escribe y su interpretación cobra vida propia y distinta para cada quien. Y por lo tanto la obra de arte escrita es el lector y no el autor. Benditos los que leen con sospechas; aquellos que tratan de desenmascarar al autor asimismo se destapan. Dan cuerpo real a la ilusión generando un sentido originario del texto que nace de ellos mismos.
Pero no filosofemos. Poeticemos. Pero ahorremosno ese suplicio
Podrán inferir que la verdad es la palabra en cada quien, con el espacio conceptual que acabo de enmarcar.
Derrida. ¡¡¡ Derrida!!!
El texto y la recopilación de textos es un muro que suena como un piano pero no es un muro,...ni siquiera es un candado.
La escritura es un lugar de operaciones de sentido para cada lector. Pienso: luego soy lenguaje.
Todo es: no decir nada y salir impune.
Yo no soy el padre de Jóse aunque sí, en un sentido figurado. ¿Qué sospecha el Jóse de lo que contiene la carta? ¿Fantasmas?
J.K cree que tal vez eran disculpas. Reclamos. Reproches. ¿De quién? ¿Contra quién?
J.K. es de mi tiempo. Al igual que yo. Con todas sus disculpas garrafales de gramófonos, errores a vinilo y desengaños en revoluciones de 33 1/3. Es del Noiffer.
Pero el Jóse es nuevo. Practica el Tai – Chi, la emoción Nº 8, el Feng Shui. Será uno más de aquellos que retrasará su marcador de la adultez ¿Por qué ambos se inquietan por lo que dice la carta del Cucho? Ambos tienen dos sospechas distintas. Lo que comienza a definir la carta como ambigua. Y sugerente vida propia.
¿Y si les dijera que la carta nada contiene? Que solo fue un pre - texto casi inexistente para desarrollar ideas dispersas y ligarlas en torno a un pretexto. Intentarán creerlo porque soy el autor.
¿Y si la carta en verdad contiene varios textos y espacios posibles dependiendo de quien lee?
¿Qué nunca he sido el autor de nada?
Todo ello está en los bordes absolutamente inseguros de un texto.
El texto tiene propia identidad y al igual que cada uno de nosotros es un personaje cuyo faz es distinta para cada quien ya que las percepciones son distintas en cada sujeto, como afirma Tim Burton.
Lo único que permanece inalterable es la interrogación, el pensamiento audaz que no se amedrenta por la compleja posibilidad de no entender nada siendo que se está explicando todo, una vez que la interrogante permanece. Esto es paradójico para quienes logran ver la perspicacia de esta idea.
La palabra interpretada es la verdad.
Lo textual deja de ser inmanente del primer sujeto del mensaje.
El texto está siempre fuera de quien escribe y su interpretación cobra vida propia y distinta para cada quien. Y por lo tanto la obra de arte escrita es el lector y no el autor. Benditos los que leen con sospechas; aquellos que tratan de desenmascarar al autor asimismo se destapan. Dan cuerpo real a la ilusión generando un sentido originario del texto que nace de ellos mismos.
Pero no filosofemos. Poeticemos. Pero ahorremosno ese suplicio
Podrán inferir que la verdad es la palabra en cada quien, con el espacio conceptual que acabo de enmarcar.
Derrida. ¡¡¡ Derrida!!!
El texto y la recopilación de textos es un muro que suena como un piano pero no es un muro,...ni siquiera es un candado.
La escritura es un lugar de operaciones de sentido para cada lector. Pienso: luego soy lenguaje.
Todo es: no decir nada y salir impune.
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