Al José que le dicen Jóse, y que creí tener dominado me responde.
- Eso es como hablar con los fantasmas porque ¿quién sabe lo que dice en verdad, esa carta?
Eso es pura pelotudez. ¿No me escuchó? ¿O hablo como antiguo? ¿Me estás hablando a mí? ; ¿a mí me estás hablando? Pienso como Robert de Niro en Taxi Driver. Ya estoy a punto de sacar mi pistola.
- Eso es como hablar con los fantasmas porque ¿quién sabe lo que dice en verdad, esa carta?
Eso es pura pelotudez. ¿No me escuchó? ¿O hablo como antiguo? ¿Me estás hablando a mí? ; ¿a mí me estás hablando? Pienso como Robert de Niro en Taxi Driver. Ya estoy a punto de sacar mi pistola.
Es un monumento a la pelotudez. La pelotudez lo inspira. La pelotudez lo guía, Es el divino soplo que lo protege. He allí el verdadero altar de la patria. Nariz naricísima nariz. ¿No sabes de qué estoy hablando? Léete a Quevedo.
Yo que me las doy de intelectual estoy a punto de lanzar mi diatriba para aniquilar al comentario despistado y levantar mi dedo todopoderoso para empequeñecerlo en su silla y lograr que se atragante con todo ese zapallo, cuando asoma un lucecita que me dice: "es un invitado de tu hija" Come y calla. Me dice Pepe Grillo.
Bajo los ojos porque se me asoma la ira. Y me contengo pensando cómo se maltratan mis mucosas intestinales a las cuales debo apaciguar tomando aire y entornando mis ojos. En una de esas estoy a punto de generar mi propia úlcera. En texto más procaz; olí los caldos y dije:
- Hummm.
¡Diablos! La carta iba para mí. Nadie tiene claro lo que dice y hasta yo dudo de lo que me dice. Siento frustración y experimento la angustiosa sensación de culpabilidad al verme amenazado por una fuerza desconocida incomprensible y que se halla a punto de perder el control ante tantas interpretaciones, me digo: Esto es kafkiano, la carta toma vida propia.
Esta historia está a punto de virar de curso y transformarse en La Metamorfosis del gran Franz Kafka. (Muchachos no es Gran Funk Railroud. Es Franz Kafka mismo quien acude a este texto).
En algún momento la carta comenzará a tener exoesqueleto. No me dejará entrar al escritorio. Permanecerá allí hasta que nos cansemos de golpear la puerta y cuando decidamos ir a dormir, irá a la cocina a registrar nuestra despensa. Saciada su avidez de cereales ambarinos y legumbres amarillas... se acercará al dormitorio donde descansamos o yacemos. Pasará debajo de la puerta como un sobre. Caminará bajo la cama mientras suspiramos entre los vapores del sueño. Se subirá a nuestra cama con largas y articuladas patas, dibujadas por la fechas y efemérides apoyandose en los bordes de la cama para que su vientre convexo, oscuro y lustroso “surcados por curvadas durezas, cuyas prominencias apenas si podrán aguantar la colcha”, roce nuestros rostros y despertemos aterrados al contemplar sus innumerables y escuálidas patas confundidas con las nuestras. Y emergerá babeando goma de su aberrante aparato bucal, un largo y blando tubo succionador, tipo picador suctor, que avanzará temblando hacia nuestros oídos. Penetrará sin dolor a nuestros tímpanos. Succionará todo mensaje. Y habremos olvidado para siempre lo que decía esa carta.
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