Desnuda frente a Rubén Darío, baila Francisca Sánchez del Pozo. Y Darío escribe:
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror ...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
La imagen es de la novela LA PRINCESA PACA y a pesar de innumerables lecturas de este poema, hoy me queda titilando el verso . . . " y la carne que tienta con sus frescos racimos. . . " porque no sabía que esos frescos racimos eran los racimos de Francisca Sánchez.
El flechazo se produjo en los jardines del Palacio Real, la mañana en que el poeta presentaba sus credenciales a la reina María Cristina que ejercía como regente de Alfonso XIII. Testigo de aquel encuentro fue Don Ramón del Valle- Inclán.
Rubén Darío ya estaba casado con la nicaragüense Rosario Murillo, la “Garza Morena”, aprendiz de magia negra, santería y la Macumba, quien nunca se entregaría al divorcio a pesar que Rubén impulsó una ley de divorcio en su país y que se conocería como la Ley Darío.
Francisca se convertiría en su mejor amiga, amante, musa y leal esposa, de la que sólo les separó la muerte. Una bella historia de amor de la que dan fe las cartas, las tarjetas, los documentos que se exhiben en la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid.
Tenía 20 años Francisca cuando ambos se trasladaron a París, donde el poeta le enseñó a leer y a escribir, tarea en la que colaboró Amado Nervo. Sorprende la diferencia entre ellos, no de edad sino cultural pero ese amor no tuvo fronteras ni límites en un tiempo y en una sociedad absolutamente clasista.
Se codearon con la crema de la generación del 98: Ramón María de Valle Inclan y Benavente presidían tertulias en el Café de Madrid, o el Café Fornos, o el Café Lyon d'Or, o el Café Levante, junto Maeztu y Ricardo Baroja, los hermanos Machado, Azorín y Pío Baroja en las cuales Rubén Darío era un habitual concurrente.
La pareja tuvo momentos de riqueza y pobreza, fruto de la vida bohemia y del alcoholismo del escritor.
Por su condicion de periodista y diplomático Rubén Darío (recuerden esa foto con esa ropa de prócer bolivariano) fue un nómade. Vivieron en Madrid, Málaga y Barcelona, donde Francisca vio por última vez al poeta antes que se marchara a Nueva York, donde Rubén enfermó de cirrosis, muriendo poco después en Nicaragua. Los biógrafos del poeta tacharon a Francisca de analfabeta y mantenida, pero bajo su inspiración Rubén Darío escribió Cantos de Vida y Esperanza, tal vez lo mejor del vate, aunque mis preferidas son Prosas Profanas.
- Pude ser nicaragüense o chileno - donde publiqué AZUL – o argentino, o español pero mi patria, pudiendo ser mi patria; la lengua - es y será FRANCISCA SÁNCHEZ.
Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de la ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame...
En mi pensar de duelo y de martirio,
casi inconsciente me pusiste miel,
multiplicaste pétalos de lirio,
y refrescaste la hoja de laurel.
Ser cuidadosa del dolor supiste
y elevarte al amor sin comprender,
enciendes luz en las horas del triste,
pones pasión donde no puede haber.
Seguramente Dios te ha conducido
para regar el árbol de mi fe,
¡hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame!
Francisca Sánchez daría muestras en el futuro de que no era tan simple ni tan analfabeta como la tacharon en su día, y que para soportar quince años al lado del temperamental e inestable Rubén Darío y ser la compañera ideal, tenía cualidades de sobra.
Cuando estalló la I Guerra Mundial, y a pesar de las protestas de Francisca, el poeta decidió poner rumbo a América para promover la paz. No se volvieron a ver. Rubén Darío falleció en la localidad nicaragüense de León por una cirrosis derivada de sus años de excesos con el alcohol.
Cinco años después Francisca se casó con José Villacastín, un español culto y refinado. Pero nunca olvidó a Rubén Darío y conservó durante toda su vida un baúl con todos los papeles y recuerdos de ese periodo. Dichos papeles constituyen el archivo más completo sobre Rubén Darío que fue donado por Francisca al estado español en 1956.
La novela la escribe una nieta de Francisca, Rosa Villacastín y cuenta:
- Cuando un día vinieron unas personas a interesarse por ese archivo, le pregunté a mi abuela que quién era ese Rubén Darío del que nunca había oído hablar. Me respondió que el gran amor de su vida.
Me quedé boquiabierta, porque hasta entonces nunca había oído hablar de él y porque el retrato que colgaba en el salón de mi casa era el de mi abuelo, no el de ese señor.
Fue una mujer excepcional. Le pregunté qué le había enamorado de Rubén Darío y no tuvo dudas: "Su palabra."
La novela está contraindicada para los gourmets de la literatura, pero la televisión española ha hecho una serie espectacular que recomiendo.
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