Rubén Cárcamo Bourgade

domingo

Los ORIGAMI de BRANDEMBURGO.







Cuando se visita la puerta de Brandemburgo, punto de conexión entre las dos alemanias de la guerra fría, uno no puede dejar de pensar en las imágenes de una masacre. Masacres varias. Y en particular las de la II Guerra Mundial.

Observo la masa de turistas, que como yo, pululan con frenesí frente a esta puerta de Berlín que no tiene - formalmente hablando - importancia alguna. Es puro significado o símbolo tal vez.

Sonriendo se pregunta por el precio de una vuelta en las calesitas tirados por percherones más que rubicundos, mejor aspectados que la cuadrilla de bronce estatuada sobre la puerta y que alguna vez se llevó de paseo a París, el pequeño Napoleón.

Se dice asimismo; llegué, aquí estoy. Se respira. Se mira a los nativos del lugar que se ven tan cordiales, limpios y hasta incapaces de una irracionalidad, condescendientes y sin morbo al mirarte a los ojos.

Son ellos, en muerte y vida con toda su miseria centroeuropea, su contagiosa miseria; frágiles en su milagrosa redención. Sobreviviendo gracias a nuestra curiosidad en zapatillas sport y lentes para el sol, a la caza de pixeles con cámaras fotográficas que capturan el color de la primavera limpia y celeste.

Pienso en la blandura de la piel a los balazos, en cascos arrancados, pasaportes y en las aves. Pienso en gris.
Pienso en el absurdo.
Pienso en el profe Guillermo Ulriksen.

Contaba un ex-alumno del profe, que en su viaje a Europa allá por los 70’, al cruzar la puerta BRANDEMBURGO, tuvo demora y trámites con los guardias. Molesto por la retención, se pasea impaciente de un lado a otro. De pronto, en la caseta de control, ve unos "ORIGAMIS" hechos con latitas de Nescafé y otros en fina láminas de cobre. Las reconoce y le dice al guardia:

- Sé quién hace esos monitos. Es el Prof. Ulriksen !
- ¿Ud. lo conoce? 
- Es mi profesor de arquitectura en la Universidad de Chile.

Fue el mejor pasaporte. Acceso expedito y bienvenida. Cada vez que el profe Ulriksen cruzaba la puerta de BRANDUMBURGO, les dejaba a los guardias, una huella de su paso leve e indestructible; una de sus "pajaritas" de metal.

BRANDEMBURGO, ahora sí, que tiene historia.

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