En 1959 el Papa Bueno; Juan XXIII comunicó al mundo la convocatoria a un concilio, conocido como Concilio Vaticano II. Eso es - ni más ni menos - un examen de conciencia. Su principal finalidad era poner a la Iglesia Católica en sintonía con los nuevos tiempos que vivía la humanidad, darle un aggiornamento, sacarla del Medioevo, tomar conciencia de sí misma, renovarse, entrar en diálogo con el mundo. Fue una llamada universal a la santidad que realzaba el papel de los laicos en la Iglesia, dándoles un protagonismo que ya habían tenido en la época de los Apóstoles, pero que con el tiempo se había restringido prácticamente sólo a los célibes; religiosos y religiosas.
Durante 1962 y 1965 se llevaron a cabo cuatro debates en Roma, donde se enfrentaron las posiciones conservadoras de la tradición y las reformistas. Hubo cambios, como el uso de las lenguas vernáculas, incremento en la participación de los laicos, simplificación de los ritos, mejora en el concepto de la concelebración, énfasis en el ecumenismo y se “recomendó” sobriedad y pobreza. Fue un Concilio pastoral y el resultado fue colosal. No solo participaron las otras iglesias cristianas y ortodoxas, sino que el mensaje del Concilio abarcó todos los temas candentes en el mundo, desde la carrera de armamentos, la paz, hasta proclamar que la dignidad de todas las personas, hombres y mujeres son iguales ante Dios, sin distinción alguna reclamando el cumplimiento de los derechos humanos para todos los hombres, mucho antes que se pusieran de moda. El Concilio alumbró lo que era la Fe.
Los cambios tuvieron corto recorrido. La primavera eclesial duró un lustro apenas y fue seguida por un largo periodo invernal cuyo adalid fue nada menos que Karol Józef Wojtyła al frente de la todopoderosa Congregación para la Doctrina de la Fe (un remedo de inquisición) y después como Papa, priorizando la doctrina, la moral y la disciplina eclesiástica con las consiguientes sanciones y penas para los transgresores del rígido orden eclesiástico. Se recuerda el show de Juan Pablo II increpando severamente al sacerdote y poeta, Ernesto Cardenal, arrodillado ante él en la misma pista del aeropuerto y ante el mundo de las cámaras de televisión. Así trató a uno de los más destacados defensores de la teología de la liberación en América Latina. Mensaje claro.
Caso distinto fue y ha sido con los pederastas, que aún siguen ejerciendo sus funciones pastorales con total impunidad y a la espera del gran perdón del olvido. La moral impuesta no se rigió por la ética radical del seguimiento de Jesús, sino que se redujo a la “moralina” represiva de la sexualidad, negadora de las diferentes identidades sexuales que no se atuvieran a la concepción binaria, condenas al divorcio, aborto, métodos anticonceptivos, relaciones prematrimoniales, fecundación in vitro, etc., etc. y etc.… y canonización exprés.
- ¿Verdad que queréis rechazar el ídolo del sexo, del placer, que frena vuestros anhelos. . .
No alcanzó a terminar la frase Juan Pablo I - en el Estadio Nacional de Chile - cuando el ¡No! explotó como el No del 88’ a Pinochet .
Mucho he oído sobre Francisco I – el Santo Padre - pero poco le he escuchado. Me sorprendió su lenguaje coloquial al referirse a los “zurdos”. Trazó un línea entre nosotros y aquellos ¿Qué Santo Padre es este?
Pareciera que muchos hablaran por él. Pareciera que han morigerado su ímpetu inicial. “Dicen que dijo” ; sería su máxima. Demasiados dicen “el Papa dice”. Pero; ¿Cómo sé que sólo hablan por sí mismos y se atribuyen ser intérpretes de la palabra del infalible? Son - a no dudarlo – los que profitan de la estructura piramidal y suenan muy similares a aquellos que toman el nombre de Dios y hablan por Él a su conveniencia, aleteando con la Biblia sobre nuestras cabezas poniéndose en un podio que nadie les ha otorgado. A todo eso se suma un núcleo minoritario, pero muy visible, de sacerdotes y laicos, que se han autodenominado a sí mismo los buenos, los puros y los ortodoxos y que dan una imágen pésima y profundamente ideologizada de la iglesia, los autoreferenciales, los ideologizados, los que utilizan la tradición como piedras para lanzar a la cabeza de los demás, los que ponen la letra por delante de las personas, los profetas de calamidades, los de principescas maneras, los de capas de cinco metros, los burócratas, los que permanecen impasibles ante el hambre y la destrucción de la creación.
Siniestro es todo aquello y cierto. Supongo que la Palabra de Dios nunca saldrá por esas bocas. Creo que Dios no escucha oraciones por el facebook ni bendice por twitter, ni gusta del cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, ni nos quiere encerrados en las estructuras que dan una falsa contención, ni en las normas que nos vuelven jueces implacables. Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos y oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, pienso que quisiera vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del Bien y la Belleza.
Sé que el 2013 Francisco I hizo una exhortación apostólica notable; LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO, «Evangelii Gaudium». Tal vez la más severa condena al actual modelo social y económico - el neoliberalismo - al que califica de injusto en su raíz, al tiempo que considera la inequidad como origen de los todos males sociales y generadora de la violencia.
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO se encuentra en plena sintonía con las reivindicaciones de Tierra, Trabajo y Techo. El horizonte ético de Francisco I es la opción por la solidaridad, el compartir, no la limosna, el excedente o el chorreo, sino, en el ámbito de la honradez y la rectitud, en nuestras acciones de vida para con los demás.
Francisco I es el primer Papa que ha dedicado una encíclica a la ECOLOGIA, defiende una visión holística del cosmos, del cual formamos parte, cree necesario compaginar el cuidado de la tierra y el de los vulnerables seres humanos, coloca a la par la justicia económica y la justicia ecológica.
- «Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano». (Francisco I)
Francisco I propugna la reforma de la Iglesia. Lo hizo con su propuesta de una Iglesia pobre, de los pobres, con un estilo de vida austera y lo hizo con su denuncia de las patologías de la curia, del cuerpo episcopal y del clero cuando se desvían del testimonio evangélico.
Pero es en la reforma interna de la iglesia católica donde menos avances hay. Las resistencias provienen de la Curia y de un sector importante del episcopado miembros de la alta clerecía, “príncipes de la iglesia” y patriarcas. Un patriarcado que se traduce en la exclusión de las mujeres del ministerio eclesial, del acceso directo a lo sagrado, de las funciones directivas, de la elaboración de la doctrina teológica y moral, y en la negación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.
Sin embargo hay palabras claves que dan presencia al Papa y son estas:
- “Muchas veces, de modo sistemático y estructural, los pueblos indígenas han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita”.(Francisco I).
Si en los 70’ ya no bastaba con rezar, en este siglo las palabras continúan haciendo lo que mejor saben; emocionarnos. Pero son insuficientes. Hay una cierta somnoliencia a las promesas que no se cumplen, a la invisibilidad del discurso de Francisco I, la misma invisibilidad que se apodera de los más débiles.
“Las palabras ya no bastan”. Es necesario un nuevo exámen de conciencia.
“Las palabras ya no bastan”. Es necesario un nuevo exámen de conciencia.
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