Rubén Cárcamo Bourgade

viernes

FOTOGRAFIAS

Hay instancias donde se cruzan imágenes que parecieran no tener conexión entre sí, sin embargo una reflexión es el ligamento que las cose.
Leí; "La Arquitectura es el testigo insobornable de la Historia porque no se puede hablar de un gran edificio sin reconocer en él, el testimonio de una época, su cultura, su sociedad, sus intenciones..."                                  OCTAVIO  PAZ.
Hace unos días subí unas fotos cuyo único título era: “Arquitectura Californiana”. En verdad estas imágenes correspondían al amplio término de Arquitectura Moderna. Pero me quedó dando vuelta lo de California porque esa ciudad fue cuna del movimiento hippie en los 60', con una propuesta de  una nueva forma de vida.
Me gusta la Arquitectura Moderna. Me agrada más que nada por las formas limpias de su estética, casi aséptica, y me agrada la forma por la forma en la composición más abstracta y fría de su estilo. Y de la estética hippie; me gusta la sicodelia del color.

Con igual pasión puedo afirmar que la  Arquitectura Moderna no tiene alma. Pero esta expresión ya es una intuición casi sentimental e individual que no convence a nadie pero a mí me calza. 

Dijeron que la obesidad de esa arquitectura era el color blanco, no puedo olvidar que en ese mismo tiempo y en el diseño de mobiliario, ropa y artefactos, aparecieron nuevos colores asociados a lo tóxico y ciertas elucubraciones sobre la composición del color, como el Magenta, que unos lo explican como una adecuación de nuestro cerebro para entender algunas longitudes de ondas de la luz y otros como un color espiritual. 
Fucsia, Calipso, Verde Nilo, Beige etc., son los verdaderos transgresores de lo que llaman la “verdad material” porque ninguno de ellos, según los entendidos en la Teoría del Color; existen. Pero me desvío de la intención de este texto.
A esta limpia arquitectura, higiénica y pura, nada se le opuso en el campo de batalla. 


Y el campo de batalla fue la Guerra Fría. La arquitectura Moderna o “estilo internacional” afectó la identidad de muchas ciudades. Un bello y santificado exceso de racionalismo inundó primero las cabezas de los arquitectos, las facultades universitarias y luego las ciudades del mundo. 
El proceso de diseño se sistematizó científicamente en el Capitalismo y en el Comunismo (Mercado y Estado). Ambos pecaron de fe ciega en la ciencia, tanto, que iniciaron una huera carrera hacia el espacio.
No es extraño entonces, afirmar que es una arquitectura impuesta a ambos lado de la cortina de hierro. Esa que resultó ser una simple y flexible cortina metálica, que en arquitectura hizo su parangón de Placa y Torre.
No deja de ser paradójico, que abandonada la reflexión crítica y las verdades antagónicas de cada lado, ellas se transformaran en meras frases publicitarias y ambos tuviesen una misma arquitectura. 
Patético, hasta la tragedia, es que hoy algunos sigan repitiendo conceptos aprendidos en su primario adiestramiento.
De los tres .principios modernos de la regulación; Estado, Mercado y Comunidad, este último es el único que se ha negado a ser coaptado por la utopía (utopismo) de la ciencia y por lo mismo ha pagado con la marginación y el consciente olvido por los que aspiran al poder
Sin embargo, la cultura hippie que ponía flores en las bocas de los fusiles rompió esa dicotomía, pero no logró generar una arquitectura alternativa. A lo más, expresiones individuales o de mínimas comunidades 
Una arquitectura, como dice Manuel Gaete; del amor, profundamente pacifista y ecológica, autosustentable como se dice hoy y que no exprese en forma alguna, el poder, la jerarquía, el dominio y la autoridad,  no es visible como movimiento intelectual, pese a los visos de ella en la Ciudad Abierta de Ritoque. 
Tal vez existan otras expresiones de ella que  desconozco, pero de haberlas, debiera ser una arquitectura desprovista de dimensión económica, pues.  Los fieles obreros de la arquitectura actual siguen repitiendo sus modelos aprendidos en las aulas. 
Así como el hippismo despojó el erotismo y la pasión de toda posesión exclusiva, en otras palabras; de su indisolubilidad con la propiedad, su arquitectura debió desprenderse de toda connotación económica y social.       Pero no ocurrió y allí - en ese pasado - solo quedaron los colores del hippismo que tan bien lucian en nuestras camisas y poleras.
Una arquitectura para ser felices, para celebrar la vida y no para expresar poder, posición ni privilegios,   esperamos que surja en el horizonte de los teóricos.

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