Este febrero - 12 de febrero 2013 - se cumplió medio siglo de la aparición de Rayuela, publicada
en Buenos Aires por la Editorial Sudamericana.
Julio Cortázar, que ya en 2014
alcanzará el siglo, tenía entonces 50 años de edad, con lo que podemos decir
que la novela más experimental, novedosa y provocadora que se escribió en los
tiempos del boom, fue la obra de un viejo que nunca dejó de crecer,
siempre de atrás hacia delante, botando años por el camino, hasta quedarse en
una figura de adolescente que se va haciendo niño, como aquel personaje de
William Faulkner en Desciende, Moisés.
Para los nostálgicos del Club de la Serpiente, que
aprendimos en las páginas de Rayuela a despreciar el orden
establecido y a ver el mal gusto delictivo que había en apretar el tubo de
pasta dentífrica desde abajo, no deja de ser una ofensa el silencio casi
completo que se cierne sobre este aniversario.-
He contado en Internet las referencias que hay sobre
artículos de prensa para recordar el fasto, y no pasan de cinco o seis. ¿Será
que envejeció Rayuela junto con todos nosotros? Supongo que no, y me
consuelo diciendo que a lo mejor se trata más bien de otro clásico olvidado.
JULIO CORTÁZAR EN EL PONTS DES ARTS |
Lo experimental, lo
que parece desmedido porque rompe las reglas o se burla de ellas, se vuelve
corriente de día para otro porque ya es
clásico y viene a convertirse en un modelo que se cuela de manera imperceptible
en la escritura del futuro. Y entonces, apagado el ruido de la novedad de los
capítulos intercambiables o suprimibles, el léala como quiera y pueda, lo que
queda es la majestad de la prosa, la belleza, en fin, que es la que de verdad
hace sobrevivir un libro a través de las edades.
“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme,
viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz
de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su
silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a
otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua….”
De los libros inolvidables uno aprende de memoria el primer
párrafo, o esa lectura nunca existió, se la llevó el agua del tiempo en su
fluir incesante donde tantos libros van a parar a la mar, que es el morir.
¿Encontraría a la Maga? Ese párrafo puede leerse ya, pasado medio siglo,
créanme, como el de cualquier otro de los grandes libros que vuelven siempre a
la memoria envueltos en su propio resplandor, esas epifanías de la lectura que
nos rencuentran con el milagro.
He discutido el tema Cortázar con escritores muy jóvenes que
se abren camino en este siglo XXI de tan pocas certezas y demasiadas
incertidumbres, y alguno me ha dicho que lo que pasa es que Rayuela fue
a mi generación lo que Los detectives salvajes de Roberto Bolaño es a las
nuevas generaciones, una biblia laica de enseñanzas acerca de cómo romper todos
los platos de la alacena con el mayor escándalo posible. Puede ser que también
sea eso. Pero en la literatura que no perece hay necesariamente bastante más.
Rayuela, nuestra biblia de
tapas negras, que yo recuerde, no contenía propuestas políticas en aquellos
años 60, cuando lo que había era precisamente propuestas políticas, los
movimientos de liberación, el fin de los regímenes coloniales,
la primavera del mayo 68 francés y la
masacre de Tlatelolco en México y la lucha por LA IGUALDAD RACIAL en
Estados Unidos. Pero contenía una propuesta ética, una propuesta para vivir.
Enseñaba formas de inconformidad y rebeldía en contra del statu
quo. Aquellos despreocupados ácratas - Oliveira a la cabeza - que hablaban de todo y venían de todas partes,
entraban por su cuenta en el paisaje de inconformidad general donde RAYUELA cabía junto a los ruidos que aún no se apagaban del concierto de Woodstock,
los gritos de histeria que recibían a The Beatles en los escenarios, las
protestas por la guerra de Vietnam, las marchas encabezadas
por Martin
Luther King. No eran tiempos de sosiego y RAYUELA tampoco era
una novela tranquila que se pudiera leer en un par de días y luego meter en un
estante y olvidarla.
Y entre dictaduras militares y mediocridad cultural, gobiernos corruptos y malos escritores, opresión económica y opresión cultural, no había diferencias perceptibles para quienes velábamos nuestras armas entonces.
Y Rayuela ofrecía reglas útiles para quienes en aquellos años fervorosos empezábamos a la vez el camino de la acción política y el de la acción literaria. Entre ambos, no podíamos percibir muchas diferencias; desde luego que la palabra compromiso y la palabra causa hacían de la acción política y de la acción literaria una sola acción.
Y Rayuela ofrecía reglas útiles para quienes en aquellos años fervorosos empezábamos a la vez el camino de la acción política y el de la acción literaria. Entre ambos, no podíamos percibir muchas diferencias; desde luego que la palabra compromiso y la palabra causa hacían de la acción política y de la acción literaria una sola acción.
Cortázar colocó cargas de dinamita
en toda aquella armazón fosilizada. Y no era solamente un asunto de melenas
largas, alpargatas y boinas de fieltro con una estrella solitaria. Todos
queríamos ser CRONOPIOS , nos burlábamos de los ESPERANZAS y repudiábamos a los FAMAS. Y a los cronopios tocaba intentar las revoluciones, en nuestras propias
vidas y en la vida de todo lo que nos rodeaba.
Un libro de iniciación que igual que su autor seguirá botando
años por el camino. Sólo hay que leerlo, o volver a leerlo empezando, eso sí,
por el primer capítulo. Allí comienza su eternidad.
Masatepe, Enero 2013 Sergio Ramirez
No hay comentarios:
Publicar un comentario