por Bernardo Veksler
(Publicado en Revista La Roca N°5)
Protagonizó uno de los infructuosos intentos de los
nativos fueguinos por enfrentar la invasión de estancieros y mineros
Durante la última década del siglo XIX, se concretó la
instalación de enormes estancias en el territorio ancestral de los Selk ́nam y
los Haush. Las praderas fueguinas, que durante milenios dieron sustento al
exitoso modelo de supervivencia de los nativos, comenzaron a ser ocupadas por
multitudes de ovejas que compartieron pastizales con los guanacos, que eran la
principal fuente nutritiva de los nómades pedestres. Junto a la introducción de
los rebaños ovinos se implantó otro elemento exótico: el alambrado, que
delimitó las también inéditas propiedades privadas.
Los guanacos no sólo eran el alimento de los nativos,
también los abastecían de materias primas para sus vestidos, calzados y
viviendas. Así pudieron alcanzar una población de entre dos mil y tres mil
individuos, que vivía en armonía con la naturaleza y disponiendo de una gran oferta
de recursos, que no exigía grandes esfuerzos ni el desarrollo de técnicas
avanzadas para lograr su sustento. A pesar de no haber desarrollado industrias,
los fueguinos poseían una riqueza cultural asombrosa. “Tenían todas las
oportunidades, no eran de subsistencia, no necesitaban tanto tiempo que
invertir en la subsistencia y tenían tiempo para las cosas que hacen bella la
vida. (1)
Su rito de iniciación, de paso a la adultez, el Hain, era una ceremonia que constituía
una representación teatral de personajes místicos, con pinturas corporales y
máscaras con motivos abstractos. Además, era un encuentro social que podía
prolongarse durante varios meses, como reflejo de la abundancia de alimentos
que disponían.
Estas etnias que durante, al menos, diez mil años
siguieron la ruta de los camélidos para proveerse; se encontraron,
sorpresivamente, que su territorio libre se había dotado de propietarios; que
en sus praderas y bosques ahora se habían erigido alambrados y que su traspaso
implicaba la pena de muerte sumaria dictada por los forasteros; que si los
“guanacos blancos”, que ahora pastaban en su terruño, eran cazados para
alimentarse podían ser ellos los cazados por los “grupos de tareas” de los
estancieros; que sus mujeres eran arrebatadas a sangre y fuego por mineros,
personal de las estancias y hasta por uniformados; que la organización
territorial que tenían se había desbaratado y debían migrar hacia zonas
ocupadas por otras familias, provocando combates entre hermanos; que su otrora
holgada subsistencia se hizo insostenible y debían mendigar para lograr
raciones alimentarias; que para conseguir refugio debían someterse a los
rituales de una religión extraña y cambiar sus hábitos culturales; en
definitiva, para sobrevivir la única opción que les ofrecía la “civilización”
era la de proletarizarse como
peones y sirvientes de los invasores.
Este proceso, ejecutado durante décadas y siglos, fue
similar en toda América. En Tierra del Fuego, insumió apenas de diez a quince
años de violenta ocupación y despojo. La posibilidad de abastecer a la
industria textil británica incorporó al mercado mundial a toda la Patagonia y
los audaces ocupas se convirtieron rápidamente en hacendados. Los invasores
estaban dispuestos a imponer contra viento y marea su posibilidad de
enriquecimiento y a vencer cualquier obstáculo que se erigiera en el camino de
su prosperidad.
En 1882, el diario londinense “Daily News” publicó un
reportaje a un empresario interesado en las posibilidades de la zona:
“Se piensa que la Tierra del Fuego sería adecuada para
ganadería, pero el único problema en este plan es que, según parece, sería
necesario exterminar a los fueguinos”(2).
En 1883, se concretó
la primera concesión de tierras, 120.000 hectáreas beneficiaron a la compañía
Wehrhann, en la Tierra del Fuego chilena.
En 1889, los agraciados fueron el portugués José Nogueira y
su suegro el ruso Moritz Braun con 180.000 y 170.000 hectáreas,
respectivamente.
Del lado argentino, la primera estancia fue Harberton, con
20.000 hectáreas sobre la ribera del Beagle, establecida en 1886 por el
británico Tomas Bridges.
Luego, en 1894, el asturiano José Menéndez obtuvo 80.000
hectáreas y fundó las estancias Primera Argentina y Segunda Argentina, en el
norte fueguino.
Invasión y
genocidio
Los Braun y los Menéndez fueron los abanderados de la
invasión al territorio Selk ́nam, arribaron antes que el Estado e impusieron
sus normas sin tomar en cuenta derechos ni garantías. Cuando llegó la autoridad
fue funcional a sus intereses. La ocupación de inmensas praderas, grandes como
países, a ambos lados de la frontera argentino-chilena, les permitió, una vez
asociados, convertirse en una de las familias oligárquicas más poderosas e
influyentes del cono sur americano. Sus dominios se extendieron por toda la
Patagonia argentina-chilena, y su centro operativo pasó a estar en Buenos
Aires- Punta Arenas. Sus actividades se multiplicaron y diversificaron sin límites, restricciones
ni fronteras.
El avasallante avance ganadero sorprendió a los nativos,
sus periplos nómades se vieron impedidos, sus primeras reacciones fueron
individuales y espontáneas para proteger a sus mujeres y niños; pero la
desproporción de elementos técnicos era abismal. Los arcos y flechas y su fortaleza
para la lucha cuerpo a cuerpo, fueron sus recursos para enfrentar a hombres
montados a caballo y provistos de rifles, pistolas y fusiles. Entonces, los
cadáveres de hombres Selk ́nam comenzaron a esparcirse entre los pastizales,
mientras las mujeres sobrevivientes eran prostituidas o forzadas a convivencias
con hombres blancos, colocadas como personal doméstico semi-esclavo o
concentradas en las misiones salesianas, mientras sus hijos eran arrancados de
sus brazos para convertirlos en criados de las familias pudientes. Las
enfermedades traídas por los europeos fueron el paso final del exterminio y, al
cabo de unos pocos años, este pueblo vigoroso fue un recuerdo desdichado de la
colonización de Tierra del Fuego. En los albores del siglo XX su presencia milenaria
fue consumida por el “progreso” capitalista, la “piedad” religiosa y la
“benefactora” labor del Estado.
Mancomunidad
represiva.
Este desprecio por los nativos tuvo efectos prácticos y
se manifestó sobre el terreno fueguino, los uniformados participaron
activamente de las persecuciones y masacres junto a los paramilitares
contratados por los estancieros. Desde la primera incursión, en 1886,
encabezada por el coronel Ramón Lista, se derramó sangre nativa
injustificadamente.
“Los soldados de caballería que en número de veinticinco
y como escolta acompañan a la expedición, mataron sesenta y cinco indios entre
hombres, mujeres y criaturas, algunos de los cuales se disecaron bajo la
dirección del (...) médico de los expedicionarios. Durante varios días se
desangraron pieles, se peinaron cueros cabelludos, con el pelo adherido aún, y
se hirvieron y limpiaron cráneos y esqueletos de los pobres onas”(3).
En la crónica de la Misión Salesiana, del 31 de mayo de
1897, se hace referencia a la presencia de gendarmes en las acciones
emprendidas por estancieros y uniformados para llevar a cabo la “solución final”
al “problema” de los nativos fueguinos.
Desde “el fin de 1897 a mediados de 1898, la región de
Río Grande se transforma en un campo de batalla, a medida que se organiza la
Estancia Primera Argentina, que sirve como centro de operaciones, desde donde
parten expediciones punitivas contra los Onas”.
A partir de la documentación
evaluada, describió la presunta organización, que era “comandada por el
administrador James C. Robins y el mayordomo o capataz Alejandro Mac Lennan.
Los empleados subalternos y los policías alojados en distintas casas (...) de
esa estancia, que se calcula puede llegar a 15 guardias policiales, con sus
respectivos comisarios (...) Tampoco es ajeno a los hechos el propio Jefe de
Policía R.L. Cortés y el secretario de la Gobernación Mariano Muñoz”(4).
Uno de
los operativos de represalia de esta “asociación ilícita” fue consumado cuando
“cayeron de improviso sobre el campamento de los salvajes. No es posible
describir la carnicería que hicieron porque es muy horrible e inhumana. Basta
decir que muy pocos pudieron ponerse a salvo”. Luego de la masacre, los
asesinos “se vanagloriaban de su vandalismo, como si hubieran tenido una
batalla campal. Muchísimos fueron los muertos y los heridos y muchísimos más
serán todavía, porque los estancieros determinaron hacer desaparecer la pobre
raza de los onas”(5).
Las matanzas se generalizaban sin que los propiciadores y
los ejecutores sintieran alguna culpa por la sangre derramada. “Tal vez el
primer cazador sea el tristemente célebre Sam Islop (administrador de la
estancia Primera Argentina) al que el padre Maggiorino Borgatello califica de
“monstruo”:
- Por qué
matas a tantos pobres inocentes? ¿Las mujeres y los chicos qué mal hacen?”, (...) Islop me respondió
- ¿Chicos? Ahora chicos. Luego grandes bestias
como grandes. Son como leones cachorros, ahora buenos, después feroces. Hay que
liquidarlos así se acaba la raza” (6).
Algunos religiosos se horrorizaban por los sangrientos
episodios que presenciaban. “Ninguna fiera se ha comportado de tan manera cruel
como lo han hecho los blancos contra los indios indefensos. Estos renglones
deben ser una permanente protesta contra aquellos cazadores de hombres, que han
aniquilado sin compasión al pueblo de Selk’nam”(7).
Todos los factores de poder: empresarios, funcionarios,
policías y religiosos coadyudaron para la “solución final”. El “único reflejo
humanitario del Estado y de las Iglesias presentes en la isla fue el de atraer
y concentrar a las familias que, desesperadas, huían del ataque salvaje del
capital asociado al estado policial. Mientras, unos pocos héroes calificados
por la prensa y los expedientes judiciales como “guerrilleros” resistían en
máxima desigualdad de condiciones, hasta las últimas consecuencias. Las
epidemias hicieron el resto”(8).
ESBOZOS DE RESISTENCIA.
En ese contexto de hostigamiento y desesperación, algunos
nativos consumaron primitivas acciones de resistencia. Destruyeron alambrados,
sustrajeron ovejas, mataron caballos. Entonces, los estancieros produjeron
represalias cada vez más sangrientas de sus comandos civiles y uniformados.
Algunos Selk ́nam hicieron intentos de conseguir armas de fuego y sus ataques
produjeron muertos y heridos en el bando invasor. Pero, la fuerza colonizadora
no estaba dispuesta a detenerse por algún “subversivo” aislado y su presión
avasalladora aniquiló a los exasperados resistentes. El entonces jefe de
policía fueguino, Ramón Cortés, escribió un informe al gobernador donde dio
cuenta de estas acciones y de la postura oficial al respecto:
“Estos mismos indios hace algunas semanas robaron en el
establecimiento, un buen número de animales y destruyeron por mero gusto dos
millas de alambrado. A fin de garantir los intereses de los pobladores de esta
región, me veo en la necesidad de reiterar a V.S. la conveniencia que hay de
recoger a estas tribus onas que tanto daño hacen y terror causan a los
hacendados, máxime si se tiene en cuenta que cada día se hacen más bravas y
salvajes...”(9).
Frente a cada
acción resistente, las represalias, a ambos lados de la frontera, fueron
alcanzando mayor magnitud y crueldad. “Todos saben que la cabeza de un salvaje
en Tierra del Fuego tiene precio, que es una libra esterlina (....) ¡Vergüenza
e infamia de aquellos que pueden y no impiden tanta barbarie! La fama del
cazador de indios, los hace más bárbaros que ellos. ¡Pero también la sociedad,
de cuyo seno salen, es también la responsable de tanta sangre inocente!”(10).
Los intentos de resistir fueron reacciones viscerales
frente a una descomunal invasión que avanzaba destruyendo todo vestigio del
modo de vida vernáculo. Casi no tuvieron tiempo para elaborar tácticas o
estrategias, generar caudillos o una organización, sólo acciones individuales o
de pequeños grupos que atacaban y huían. Los intentos grupales estaban
orientados a producir daños al enemigo. El administrador de una estancia de
Menéndez denunció a la policía que “habían aparecido destrozadas varias cuadras
de alambrado y faltaba del campo unas mil quinientas ovejas, presumiblemente
robadas por la tribu de Cauchicol” (11).
Las acciones de resistencia más organizadas fueron “los
incendios de la comisaría de Río Grande que se instala en una casa del dueño de
la hacienda Primera Argentina y de un puesto del mismo señor, son los indicios
de una nueva unión de distintos grupos, como en el caso de Capello, esto atemoriza al blanco”(12).
Hubo ataques para liberar a compañeros detenidos. Siete Selk ́nam que intentaban robar caballos, fueron sorprendidos por los peones
armados de la “Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego”, que se dispusieron a
entregarlos a la policía al otro día. La caravana se organizó con los nativos
caminando y dos peones a caballo y “armados con rifle, revólver y cuchillo
(...) A eso del mediodía estalla la sorpresa general en el puesto” al ver
“acercarse a la querencia a los caballos de los guardias, sin jinete y con las
riendas a la rastra” (...) Como a cinco millas encuentran los restos de los
peones que habían sido atacados por nativos que liberaron a los apresados (13).
Se trataba de acciones de pequeños grupos como un acto de desesperación
extrema, pero nunca alcanzaron a organizar medidas de resistencia colectivas
que plantearan alguna posibilidad de enfrentamiento exitoso.
SEKRIÖT, el vengador
El resistente que más trascendió fue SEKRIÖT, quien se destacó por el tiempo
que pudo eludir la persecución, por las víctimas que se le adjudicaron y la
fama conquistada. Un historiador de Tierra del Fuego tituló un capítulo de su
libro: “Capelo, el ona guerrillero”. Pero,
se desconoce si su accionar estuvo originado en alguna concepción de
resistencia al invasor o sólo motivada por el desencanto que le produjo el
contacto con los blancos.
Capelo fue
el apodo que le dieron los forasteros, supuestamente, por el uso de un
particular sombrero cónico Selk ́nam. Como muchos bandidos, que se hicieron
populares por su enfrentamiento con las autoridades, la historia conocida de SEKRIÖTcomenzó con la indignación que
le produjo la traición de un funcionario público. Su rebeldía fue la reacción
espontánea ante la falta de consideración dispensada por los invasores
particulares o estatales.
En el oriente fueguino, existió una dependencia oficial:
la subprefectura de Buen Suceso, que existió hasta 1892, cuando fue trasladada
a Bahía Tetis. Antes de la mudanza, se produjo el primer registro de la
presencia de SEKRIÖT . En esa dependencia, se habían asentado varias decenas de
nativos atraídos por las raciones que les suministraban los uniformados. A
“fines de 1890 aparece Capelo entre los indios reducidos de Buen Suceso”(14).
Hasta ese momento, había tenido un trato aparentemente cordial con las
autoridades. Hasta tal punto que el subprefecto quiso repetir una experiencia
exitosa que había tenido con un joven haush. Pero, “Capelo dudaba, pues tenía
una mujer joven y temía perderla”. El “subprefecto prometió entonces cuidarla
hasta su regreso...” Realizó ese viaje y regresó maravillado con la
experiencia, comenzó a usar vestimenta occidental y a hablar bastante bien el
castellano. “Pero al volver, algunos meses después, su mujer había
desaparecido. Según le dijeron, como otros indios habían planeado raptarla,
para que estuviera más segura la habían llevado a la Isla de los Estados. Debía
regresar en el próximo viaje. Capelo (...) cuando comprobó que su mujer no
estaba a bordo se alejó protestando. Por algún tiempo quedó en acecho por la
vecindad. Esperaba la oportunidad de apoderarse de la mujer del subprefecto
para guardarla como rehén hasta que le fuera devuelta la suya. La gente de la
subprefectura sospechó el peligro y se mantuvo alerta. Un día un muchacho
blanco salió a cazar pájaros con su escopeta. Capelo
le lanzó una fecha por sorpresa y se apoderó del arma, de los pocos cartuchos
que tenía y de su ropa. Hecho esto, Capelo
y los suyos se alejaron por la costa en dirección noroeste, en donde se
encontraron con un grupo de onas de las montañas, siempre dispuestos a empresas
temerarias”(15).
SEKRIÖT ataca de
nuevo
Los expedicionarios franceses Enrique Rousson y Polidoro
Willems estuvieron a punto de perder la vida en un encuentro con el grupo de SEKRIÖT, en las inmediaciones del cabo
San Pablo. Se salvaron por la reacción de un peón que comenzó a disparar y
frustró el intento de los nativos. En marzo de 1894, SEKRIÖT aparece en las crónicas del salesiano José María
Beauvoir, unos doscientos kilómetros al norte de la subprefectura, solicitando
ayuda para cruzar el caudaloso río Grande.
Para entonces, “traía consigo un rifle descompuesto con
algunas balas y un largo machete. Había pasado, decía él, algún tiempo en una
compañía de soldados de la República Argentina. Vestía levita negra, chaleco y
pantalón del mismo color, botas granaderas y un sombrero ovalado también
negro”. “Más que un salvaje parecía un dandy de Buenos Aires”. En un tramo del
diálogo con el cura, expresó el estado de ánimo de los nativos: “Nosotros,
indios, contestó él, mucho miedo cristianos, porque mucho malo, siempre pum,
pum, pum y siempre “wituchen” (morir)”(16).
Luego de residir unos días en la misión, se marcharon.
Para esos días, el subprefecto de Bahía Tetis le adjudicó dos crímenes. El del
marinero uruguayo Luciano Gallardo, desertor del barco “Villarino”, que “fue
asesinado por móvil de robo, se supone, por el indígena de malos antecedentes
llamado “Capelo” en los campos
del cabo San Pablo y Río Grande. Supone, asimismo aquel funcionario que el
referido indio, en compañía de varios otros, no es extraño a la muerte del
marinero español N. Barón que pertenecía a la tripulación de la fragata inglesa
“Duches of Albany”, naufragada a inmediaciones del cabo San Pablo el año
pasado”(17).
En agosto del mismo año, se conoció otro incidente
sangriento. “Jacobo Saint Martín y otros dos miembros de un grupo de mineros
habían sido asesinados por “un indio llamado “Capelo” que ayudado de varios
otros cosieron a puñaladas a Saint Martín y a los otros dos”. Luego, “los
indios se alejaron unos 20 kilómetros hacia el noroeste y prepararon una
emboscada a la policía que presumiblemente los iba a buscar”(18).
Esta denuncia desató la persecución policial de SEKRIÖT, que puso en alerta a todos sus
efectivos para dar con el rebelde. Como el ataque no se produjo, SEKRIÖT y su gente se dirigieron hacia
la Estancia Harberton, donde esperaban contar con cierta protección.
“Se presentó... en mal español, diciendo que su nombre
era Capelo”, y “que tenía el propósito de acampar a la orilla del bosque (...)
No puse objeción... Noté un atado de ropa, un rifle, un revólver, escopeta,
anteojos de larga vista y dos perros... de raza desconocida entre los onas...
Deduje que habían saqueado algún campamento de blancos” (19).
La información de
la presencia de SEKRIÖT en Harberton llegó a la policía de Ushuaia. Según
Bridges, quien lo delató fue un hombre que pasó por la estancia y se dirigió a
Ushuaia a informar a la policía. Otra versión, indicó que fueron los Bridges
los que lo hicieron (20).
Al enterarse de la novedad, el jefe policial Ramón Cortés
despachó “un pelotón de gendarmes” que desembarcó “sigilosamente (...) rodeó el
campamento ona y copó a los indios por sorpresa”(21).
“La policía dio con él antes de que se diera cuenta”.
Cortés “le ordenó que se rindiera. Pero, el indio que era excepcionalmente
fuerte, saltó sobre el jefe para arrebatarle el revólver. Uno de los gendarmes
viendo la escena disparó a quemarropa e hirió de muerte a Capelo”. Otro fue baleado y los demás
fueron detenidos (22).
Otra versión, señaló que el “comisario Ramón Lucio Cortés
fusilará sobre el terreno a varios hombres, incluido el cabecilla llamado SEKRIÖT o Capelo.
Las mujeres y niños serán conducidos a Ushuaia en calidad
de prisioneros. Además del asesinato de los selk’nam, el gobernador de Tierra
del Fuego Pedro Godoy se permitirá un gesto de “altruismo científico”,
ordenando el descarne y disección de los restos humanos de SEKRIÖT y enviándolos como regalo al
Museo de La Plata” (23).
SEKRIÖT regresa a su tierra
Sus restos ingresaron al Museo de La Plata en 1898. “Así
comienza a formar parte de las colecciones del Museo, bajo el nombre de “Capello” (...) Fue utilizado como
material de estudio” (24).
En 2010, la comunidad fueguina indígena reclamó la
restitución de los restos humanos de SEKRIÖT.
El 19 de abril de 2016 los cadáveres de SEKRIÖT y otros
tres Selk ́nam no identificados, fueron restituidos a su tierra. Fueron
alojados en la reserva de la comunidad aborigen fueguina, donde se construirá
un mausoleo para homenajearlos.
Notas:
1. Entrevista al antropólogo Luis Alberto Borrero en el
documental “Isla de Fuegos” (2011), de Rubén Plataneo y Bernardo Veksler.
3. Reseña del militar Pedro Godoy - futuro gobernador
fueguino- sobre la expedición a Tierra del Fuego del teniente coronel Ramón
Lista, en 1886; citado por Colectivo GUIAS en Fueguinos en el Museo de La
Plata: 112 años de ignominia.
4. Nelly Iris Penazzo. Revista “Impactos” N° 88, de Punta
Arenas, Chile, enero de 1997.
5. Roberto J. Payró. “La Australia Argentina”. Citado por
Nelly Iris Penazzo en Revista “Impactos” N° 88, de Punta Arenas, Chile, enero
de 1997. 6. Citado por Nelly Iris Penazzo. Revista “Impactos” N°88. Punta
Arenas, enero de 1997.
7. Martín Gusinde. Hombres primitivos en la Tierra del
Fuego.
8. Diana Lenton. Prólogo del libro Fueguinos en el Museo
de La Plata: 112 años de ignominia.
9. Citado por Nelly Iris Penazzo. Revista “Impactos”
N°88. Punta Arenas, enero de 1997.
10. Carta del salesiano Mayorino Borgatello a su superior
en Turín, reverendo Don Rua, del 3/12/1897. Citada por Nelly Iris Penazzo.
Revista “Impactos” N°88. Punta Arenas, enero de 1997. 11. Lucas Bridges. “El
último confín de la Tierra”.
12. Juan Belza. “En la isla del fuego”.
13. Carta del salesiano Mayorino Borgatello a su superior
en Turín, reverendo Don Rua, del 3/12/1897. Citada por Nelly Iris Penazzo.
Revista “Impactos” N°88. Punta Arenas, enero de 1997. 14. Selk ́nam que
emprendieron acciones de resistencia según fuentes civiles, anglicanas y
salesianas, citado por Diana Lenton en el prólogo del libro Fueguinos en el
Museo de La Plata: 112 años de ignominia.
15. Juan Belza. “En la isla del fuego”.
16. Juan Belza. “En la isla del fuego”.
17. Citado por Juan Belza. “En la isla del fuego”.
18. Juan Belza. “En la isla del fuego”.
19. Lucas Bridges. “El último confín de la Tierra”.
20. Lucas Bridges. “El último confín de la Tierra”.
21. Colectivo GUIAS en Fueguinos en el Museo de La Plata:
112 años de ignominia. 22. Joaquín Bascopé Julio. “Emergencia de una sociedad
original”.
23. José L. Alonso Marchante en “Menéndez, el rey de la
Patagonia”.
24. Colectivo GUIAS. Fueguinos en el Museo de La Plata:
112 años de ignominia.
Referencias Bibliográficas:
Osvaldo Bayer y otros autores. Historia de la crueldad
argentina Ediciones El Tugurio. Buenos Aires (2010).
Colectivo GUIAS. Fueguinos en el Museo de La Plata: 112
años de ignominia”. Editorial De la Campana. La Plata (2011).
José L. Alonso
Marchante. Menéndez, el rey de la Patagonia Editorial Catalonia. Santiago de
Chile (2014).
Roberto J. Payró. La Australia Argentina Editorial
Claridad. Buenos Aires (2009).
Nelly Iris Penazzo. Wot ́n: Documentos del genocidio ona
Ediciones Arlequín de San Telmo. Buenos Aires (1995).
Martín Gusinde. Hombres primitivos en la Tierra del Fuego
Publicado por Escuela Estudio.Hispano-Amer, Sevilla, España (1951).
Juan Belza en En la isla del fuego. Publicación del
Instituto de Investigaciones Históricas Tierra del Fuego (1975).
Lucas Bridges en El último confín de la Tierra Editorial
Sudamericana. Buenos Aires (2000).
Hugo Chumbita. Jinetes rebeldes. Ediciones Colihue.
Buenos Aires (2013).
Enrique S. Inda. El exterminio de los onas. Cefomar
Editora. Buenos Aires (2008).
Joaquín Bascopé Julio. “Emergencia de una sociedad
original en El último confín de la Tierra. Sentidos coloniales IV”. Disponible
en http://journals.openedition.org/nuevomundo/64974. Documental “Isla de
Fuegos” (2011), de Rubén Plataneo y Bernardo Veksler.
Osvaldo Bayer en Página 12, 16/5/2010.
Revista “Impactos” N° 88, de Punta Arenas, Chile, enero de
1997
Anne Chapman, Página 12, 25/2/2009. El Diario del Fin del
Mundo, 20/04/2016.